El torbellino

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El cielo está nublado. Ya ha entrado la noche. Todos los demás yacen recostados sobre la tierra, cansados después de un día lleno de sucesos extraordinarios.

No he podido conciliar el sueño, muy a pesar de que la debilidad invade mi cuerpo. Por mi mente pasan mil pensamientos que se entrecruzan entre sí y arrojan la misma cantidad de preguntas y respuestas, que a fin de cuentas no me llevan a ningún lado.

Estoy agotado. No sé cómo fue que me pude incorporar después de ser regresado a la vida por Lothian y ese humano que no sé de dónde salió.

Por otro lado... no sé qué fue lo que me pasó cuando vi a... a... ¿Tragasapos?..

Tragasapos...

¡Cielos! padezco de algún tipo de amnesia... no puedo recordar el nombre de mi compañero y confidente...

De hecho no puedo recordar bien los nombres de algunos de los seres con los que vengo en esta travesía por encontrar los cristales... ¿cristales? ...si, los cristales en los que se vierten las fuerzas de este mundo.

Creo que debo seguir escribiendo lo que venga a mi mente. Espero así poder recordar con más detalle las cosas que han acontecido en este día. He mirado las páginas anteriores a esta que estoy escribiendo en mi libro de hechizos y no he podido encontrar otra cosa que no sean hechizos... a partir de este momento comenzaré a escribir los sucesos de cada día para recordar lo que deba recordar, si es que otra vez me vuelvo a quedar con una laguna en mi memoria.

Yendo un poco hacia atrás, recuerdo que estábamos en esa extraña playa. El cielo era de un color anaranjado/rojizo. El viento traía el sabor del agua salada del mar, pero no había nubes que empujara. De hecho no había sol. La claridad que inundaba el lugar venía de un cielo sin sol. Esto me hizo recordar las enseñanzas de mi maestro.

Mi maestro habló una vez sobre las realidades paralelas a las de nuestro mundo que se manifestaban en otros planos dimensionales. En esas realidades habitaban fuerzas mucho más poderosas que las que se podían manifestar en este plano. También comentó del peligro que un necromancer corría si en algún momento se llegaba a transportar hacia alguno de estos "lugares" en el cosmos.

Regresando a mi memoria: Lothian y el pequeño druida cuyo nombre no recuerdo en este momento, portador de la Evon Flame y -según lo que he visto- futuro salvador de este mundo, se habían convertido en animales para buscar algo en las aguas de ese lugar en el que estábamos. Mientras ellos regresaban, tanto Nerianid, el otro necromancer que ya les acompañaba, la elfa de los hielos, el bárbaro Garmelica, el guerrero noble Johnfer y yo vimos descender a esas criaturas por encima de la roca de la cual asomaba la cueva por donde nosotros salimos.

Recuerdo que conforme descendían, aventé hacia estos guerreros una bola de fuego, misma que con sus armas uno de ellos partió en dos. Mi asombro ante el poder de estos individuos me dejó atónito. Pero más atónito me dejó la cara que puso Nerianid cuando volteé a verlo. Sus ojos tenían una expresión de muerte en ellos. Cuando le pregunté qué eran esas criaturas, lo único que hizo fue poner su mano sobre mi cabeza y transmitirme el recuerdo de un enfrentamiento previo, en el cual otro necromancer había perecido de una forma horrenda en manos de ellos.

Cuando pusieron sus pies sobre el arena, tanto Garmelica como Johnfer y la elfa de hielo fueron a recibirlos con las espadas empuñadas. El intento fue en vano, ya que estos guerreros saltaron por encima de ellos y se fueron directo hacia el pequeño druida y Lothian, que ya habían regresado. Lothian ya había asumido su forma élfica cuando los guerreros le alcanzaron. Uno de ellos golpeó al pequeño druida y lo dejó semi inconsciente.

Yo, en mi impotencia, recordé las palabras de mi maestro sobre el poder que un necromancer podría tener al estar en estos planos, y evoqué el poder de la oscuridad sobre el guerrero que se disponía a matar al pequeño druida, usando el hechizo de Whisper's Hands of Darkness. Con mis dedos dibujé en el aire las runas del hechizo mientras cantaba las palabras élficas que le darían la fuerza necesaria. Las runas se transformaron en una masa de energía negativa que dio un golpe directo a la espalda del individuo, haciéndolo caer encima del pequeño druida y dejándolo en un estado parecido a la muerte.

No supe cómo fue que sucedió, pero logré hacerlo. No supe si Nerianid hizo algo más, puesto que yo estaba tratando de ayudar a Lothian y los demás, que ya habían corrido a combatir a los otros dos guerreros que todavía estaban de pie.

Intenté evocar el hechizo sobre otro de ellos, pero no funcionó en esta ocasión, dejándome un sabor de frustración en el paladar. Así que corrí hacia el cuerpo de aquel al que le afectó el poder de la oscuridad, que había sido arrebatado de encima del pequeño druida por la fuerza sobrehumana de Garmelica y tirado al agua. Al llegar, lo vi flotando inerte, pero sosteniendo sus armas tan fuertemente que sólo cortándole las manos podría quitárselas para con ellas atacar a los otros dos.

Desafortunadamente para mí, mi daga Kivack se había perdido días atrás, y no traía ningún objeto punzo-cortante conmigo. No me quedó más que tomar la pluma con la que en este momento estoy escribiendo y reventarle los ojos, en una esperanza de impedirle la lucha en caso de que se levantase.

Un torbellino de arena se levantó a mi espalda mientras yo encajaba mi pluma en los ojos del guerrero. Me imaginé que sería alguna especie de consecuencia por el acto, pero no, era otro de los dos guerreros que en un descuido de mis compañeros había lanzado un hechizo, abriendo un camino hacia el cielo. Me imaginé que había abierto un pasaje hacia otro plano, posiblemente el físico, y que llevaría consigo el cuerpo del pequeño druida, así que comencé a correr hacia allá, dejando atrás el cuerpo bañado en sangre del guerrero tentativamente muerto, ahora ciego.

Al llegar, Lothian había terminado una plegaria con la cual había logrado abrir un hueco en el torbellino. Ella se lanzó hacia dentro, siendo seguida por la elfa de hielo y Johnfer. Yo decidí entrar también, ya que haría lo posible por rescatar al pequeño druida, vivo o muerto, de las garras del guerrero.

Al entrar en el torbellino fui succionado hacia arriba por una potente ráfaga de viento. No estoy seguro de la velocidad con la cual iba yo ascendiendo, pero no era nada que no fuera digno de tomarse en cuenta. Unos metros arriba de mí iban Lothian y los otros dos, y varios metros por encima de ellos el guerrero con el cuerpo del pequeño druida. Miré hacia abajo y venía Garmelica. Debajo de él venía el otro guerrero, y hasta el final, Nerianid.

No sé cuanto tiempo duró nuestro ascenso, pero la presión conforme ascendíamos era cada vez más fuerte, haciendo que a varios de nosotros nos comenzara a brotar sangre de la nariz. Lothian perdió el conocimiento y comenzó a flotar sin balance. De no haber sido porque la elfa de hielo y Johnfer la lograron agarrar, se hubiese acercado lo suficiente a la pared del torbellino como para ser desmembrada por la fuerza del viento y el arena, o de plano ser disparada fuera de él hacia una muerte segura, ya que por la velocidad que llevábamos y los muchos minutos que creo habían transcurrido, el suelo en el cual se estrellaría quedaba unos cuantos miles de kilómetros abajo.

Recuerdo que en un instante, el guerrero que encabezaba la procesión desapareció, justo antes de estrellarse con una pared de tierra que súbitamente apareció frente a nosotros. No teníamos tiempo para pensar, puesto que nuestra colisión era inminente. Yo alcancé a ver cómo Johnfer y la elfa de hielo se cubrieron la cabeza y sujetaron a Lothian. Yo hice lo mismo, esperando que la pared de tierra no estuviese tan comprimida como para que todos quedásemos enterrados en ella, completamente despedazados.

Fue una fracción de segundo lo que nos tocó atravesar esa pared de tierra. El golpe no fue fuerte para los que iban arriba, pues cuando sentí que había yo pasado por el centro de un gran hoyo, los miré y vi cómo iban todavía cubriéndose, dejando una estela de polvo. Viré mi vista hacia quienes iban debajo y vi que ya no estábamos dentro del torbellino: esa pared de tierra era del plano físico. Literalmente habíamos pasado del otro lado del mundo, y ahora ascendíamos a la misma velocidad que llevábamos, pero era sólo por la inercia de la misma fuerza con la que habíamos sido arrojados fuera del plano astral.

El último guerrero que todavía venía persiguiéndonos sólo se hizo a un lado del grupo y comenzó a descender hacia la tierra. Nosotros seguíamos ascendiendo a una velocidad desmesurada, pero yo sabía que tarde o temprano nuestra velocidad disminuiría y comenzaríamos a caer. Teníamos que pensar algo rápido.

Yo hice acopio de fuerzas y comencé a hacer un spellcraft con todos los conocimientos que tengo de las runas tanto élficas como enanas. No me quedaba de otra que hacer un charging del hechizo de armour para que nuestras auras amortiguaran el golpe de la caída, así que recopilé las palabras y las runas élficas y enanas necesarias para darle la intensidad necesaria al hechizo.

Grité a todos "agarrense de mí cuando puedan y no me suelten ni me interrumpan" y comencé a evocar el hechizo con las palabras de las runas:

Asur cadaith eihwaz uruz raidho hagalaz, thaman lacoi lacoi perthro...
(Flama eterna, concédenos la gracia de defendernos de las fuerzas que nos han puesto en este viaje que ha sido impuesto por fuerzas incontroladas de la naturaleza. Que nuestro poder escondido y nuestro miedo a la muerte nos dé el poder para determinar nuestro camino.)

Y al terminar este cántico comencé a cantar repetidamente las palabras del hechizo de armour: Arthu renn mirosh renn...

Creo que se me pasó la mano, ya que la respuesta de la naturaleza fue algo agresiva... comenzaron a caer rayos sobre nosotros conforme comenzamos a descender. De hecho, los primeros minutos de mi cántico ritual hicieron que la velocidad del descenso disminuyera, pero uno de los rayos me alcanzó y me desconcentró.

Afortunadamente para mí, uno de los rayos que cayó había dejado el armadura de Johnfer cargada de estática, así que usé la runa enana que representa a Thorr, dios del trueno, para usar esa energía en favor de mi hechizo. Funcionó. Logré hacer que una burbuja de energía nos rodeara a todos. Esta burbuja era lo suficientemente fuerte como para amortiguar el tremendo golpe que nos esperaba unos segundos abajo.

Pero a Lothian se le ocurrió recobrar la consciencia en el último minuto, emitiendo un desgarrador grito que me hizo volver a perder la concentración. Ya el cansancio de haber mantenido el hechizo durante varios minutos me había vencido, y sólo pude reunir las fuerzas suficientes como para gritarle a Nerianid que no podía más. Él me miró, tomó su daga y cortó a Garmelica en un brazo. Garmelica no hizo nada por evitarlo... ya sabía que no debía resistirse, y yo sabía lo que debía hacer.

Tomé a Garmelica de la herida y comencé a usar su fuerza vital para dársela a mi hechizo. La sangre de Garmelica era tan fuerte y llena de vida que la burbuja volvió a crearse a nuestro alrededor, justo ántes del impacto.

Recuerdo haber tocado el suelo recibiendo un golpe que, aunado a mi pérdida de fuerza por el hechizo, me hizo perder la consciencia.

Al despertar, la sangre corría de mi frente. Pedí a la princesa elfa -que no había yo visto durante todo el suceso- su espejo y vi que tenía una herida con la forma de la runa de Cynath. Tomé un trozo de tela y me la cubrí, esperando a que dejase de fluir mi sangre. Noté que todos estaban de pie, con una expresión de gusto porque habíamos sobrevivido a la caída, y de asombro porque, por un lado, habíamos dejado un crater de varios metros de diámetro, y por el otro, yo había perecido en el proceso.

Nerianid me miró con un "gracias" mezclado con un "no puedo creer lo que hiciste" antes de mirar hacia el suelo, donde yacían Lothian y el humano que después Tragasapos, quien se había perdido ántes de que nosotros cayéramos en ese plano astral, me dijo había encontrado, o más bien, que ambos se habían encontrado.

Entre ese humano y Lothian habían reunido su fe y su fuerza para revivirme, pero habían sido contaminados por la misma oscuridad que me caracteriza. Y es que resucitar a un necromancer es una tarea que sólo unos cuantos pueden hacer... y si ese necromancer además es un elfo oscuro, las limitantes se incrementan.

Es una desgracia que de ahora en adelante ellos llevarán esa espina oscura clavada en sus corazones, pero sé que sus dioses los recompensarán por ello.

En cuanto a mí, puedo concluír dando gracias a la vida de la cual soy discípulo. Si bien tengo la marca de la muerte en mi frente y muy posiblemente la lleve conmigo hasta el final de mis días, con orgullo he de portarla, ya que es la misma por la cual vivo y con la cual aprenderé en esta tierra bajo de mis pies.

Documento originalmente publicado en whitepuma.net en oct 12, 2002.

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