Tavindax ~ Capítulo IV: Por el bien de todos

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Al ver el portal abierto en tales dimensiones, un grupo de hechiceros, por órdenes del grupo de líderes, enviaron hacia todos los vientos el aviso. Del portal salió una gran cantidad de esferas metálicas haciendo arcos en todas direcciones. Al caer al suelo, estas estallaban en miles de pedazos. Cientos de magos fueron atravesados por los proyectiles, cayendo inertes. Conforme el ataque proveniente de la esfera de energía seguía, grupos de magos intentaron cubrirse con campos magnéticos, áreas de gravedad alterada, muros de hielo y otros métodos de defensa sin lograr nada. Algunos Blutos lograron capturar una que otra esfera, perdiendo sus grandes manos con la explosión. Muchos de los esqueletos que se desenterraron al sentir el ataque fueron despedazados ante la lluvia de municiones. El ejército empezó a retirarse en todas direcciones sufriendo bajas considerables en el intento, pues las esferas provenientes del portal salían disparadas en ángulos y potencias distintas, cubriendo desde cien hasta más de mil metros alrededor del portal. En Alandor, el fuego cesó y un grupo de torretas que rodeaba la entrada hacia Tavindax fue retirado para darle paso a un grupo de grandes aves de cuatro patas con cilindros metálicos atados a los costados y un par de caballeros montados sobre armazones de madera con cajones de municiones en los lomos. En plena retirada de Juskethar, Dimian se detuvo por un instante al dejar de oír las explosiones de las extrañas esferas que provenían del portal. Volteó hacia el mismo y vio cómo comenzaron a salir grupos de ocho criaturas voladoras en todas direcciones.

— ¡Yuvia! ¡Zelnot! ¡Spangar! ¡Ataque aéreo! –gritó.–

Los demás líderes se encontraban en puntos distintos a la redonda, lejos del centro, pero alcanzaron oír perfectamente el grito de Dimian. Todos dieron la orden de regreso al centro, misma que sonó en los oídos de todos los magos y sus bestias. El grupo de aves de guerra comenzó a volar en círculos sobre las tropas. Los Blutos intentaban alcanzarlos sin lograrlo, pues su rapidez era extrema. Dimian alcanzó ver claramente cómo un ave venía directamente hacia ella. El soldado montado en la parte de atrás tomó una esfera de mediano tamaño y la introdujo en uno de los cilindros, dando un golpe en la parte trasera. La esfera explotó en el aire, esparciendo sus fragmentos varios metros a la redonda. La sacerdotisa cerró los ojos y se encomendó a Tavius antes de emitir su último suspiro. Más y más aves salían del portal, elevándose y dirigiéndose hacia la distancia. A la par, avanzando en todas direcciones, cientos de guerreros salían por tierra, unos cargando cilindros parecidos a los de cargaban las aves, otros armados con lanzas en cuya punta danzaban pequeños rayos de energía eléctrica, otros jalando y empujando cilindros más grandes. Con ellos, salían dos tipos de carruajes tirados por media docena de caballos: unos con construcciones de madera elevadas y un par de soldados en la cima, otros con grandes tanques, una tercia de soldados acomodados entre estos y un cilindro con fuego en una punta montado sobre un parapeto. Mientras grupos de magos lanzaban misiles mágicos de fuego, energía, hielo y metal, tratando de alcanzar las aves que seguían bombardeando a gran velocidad, otros cuantos atacaban a la ofensiva que venía saliendo. El intercambio entre ataques era terrorífico. Muy a pesar de que soldados caían al salir del portal, más y más seguían saliendo.

 

En la distancia, parte de las tropas reunidas comenzaron a avanzar al notar muy a lo lejos las veloces aves de Göck alejarse de Juskethar. Cientos de magos montados en los Devos voladores emprendieron el vuelo a hacerles frente. Con el pasar de los minutos, Juskethar terminó siendo invadida por completo por las tropas de invasores, destruyendo todo a su paso. Con el pasar de las horas, desde el cielo podía verse un extraño, sangriento, pero extrañamente bello panorama: una mancha voraz de puntos negros avanzando en todas direcciones, saliendo de un punto de luz en el centro, rodeados por un anillo de puntos multicolor que avanzaba en oleadas, y en los encuentros entre ambos bandos, una mezcla de puntos negros y multicolor estáticos. La noche cayó. El fuego comenzó a hacer acto de presencia en distintos puntos del círculo formado por la avanzada de Göck y la defensiva de magos. Las horas transcurrieron sin descanso alguno. Ni el ejército oscuro dejaría de avanzar ni el ejército multicolor les dejaría hacerlo.

 

La oscuridad comenzó a ceder. En el horizonte comenzaba a vislumbrarse el amanecer, a unas cuantas horas de distancia. El último grupo de hombres que salieron del portal fueron recibidos con júbilo por quienes se habían quedado en espera de cualquier falla en la ofensiva. Y hasta el último, Göck emergió de la esfera de energía. Un grupo de soldados de alto rango se acercó para informar el éxito de la ofensiva. Si, habían perdido guerreros, pero habían minado en un alto porcentaje de las defensas de Tavindax. Ya entrada la mañana, un grupo de aves aterrizó cerca del cuartel de Göck. Un soldado entró a la tienda a darle una noticia. Al salir, el cuadro que el ser vio no pudo ser más satisfactorio: ante él, arrodillados, maniatados, indefensos, tenía a los miembros del consejo de Tavindax. Göck se acercó a Ireth, quien fue levantada del suelo bruscamente.

— Así que tú eres quien rige en este mundo. Bien. Vamos por buen camino. Hagamos un trato: entrégame a Tavius y a Ishindax. Sólo los quiero a ellos. Si me los entregas, me retiraré y los dejaré en paz.

Ireth, enfurecida e impotente a cualquier acción, miró llena de furia y frustración a los brillantes puntos rojos rodeados de oscuridad que se veían dentro de la mirilla del yelmo.

— ¿Y tu crees que somos tan estúpidos como para hacerlo? Ellos son parte de nosotros. ¡Jamás te los entregaremos!

Ireth sintió un poder que la llenó de miedo dentro de los ojos de Göck. Este la hizo a un lado y avanzó hacia los otros prisioneros. Ella lo siguió con la mirada hasta que lo perdió de su rango de visión. Volteó a ver al frente, cerró sus ojos y se encomendó a Tavius. Göck se detuvo frente a seis de los miembros. Al ver a Göck, un rápido pensamiento cruzó por la mente de Creub, quien cerró sus ojos y calladamente entonó un cántico. Göck dio un paso hacia atrás y se quedó estático un par de segundos. Los puntos rojos en su yelmo se hicieron pequeños por una fracción de segundo, pero no sólo recuperaron su tamaño, sino se hicieron más grandes. De la nariz y ojos del necromancer comenzó a brotar sangre. Detuvo su cántico y comenzó a gemir de dolor. El ser se avalanzó sobre él, lo tomó de las ropas por el pecho y lo levantó en el aire.

— Buen, intento, mago. Has visto lo que soy, pero será lo último que verás.

Creub fue posesionado por el horror al sentir cómo su cuerpo comenzaba a arder. La imagen ante sus ojos comenzó a hacerse borrosa a la par que todas sus células comenzaban a romper sus conexiones, separándose cada vez más. Estas mismas sufrieron un terrible dolor -si es que las células sienten- al comenzar a vibrar de tal modo que todas sus moléculas comenzaron a desprenderse en caos. Un terrible grito salió de la garganta de Creub, mismo que fue tomando un extraño tono que terminó perdiéndose en el aire al deformarse sus cuerdas vocales. Lo que Göck sostenía con su mano comenzó a dejar de ser un cuerpo formado por órganos y sistemas. Ahora era una masa de partículas que el viento comenzaba a llevarse. El ser abrió los dedos de sus manos y lo que antes fue Creub, explotó hacia el cielo. Los demás magos cautivos evitaron ver la escena. Ireth proyectó su percepción hacia su espalda, permitiéndole sentir cómo Göck había desintegrado a uno de sus más estimados colaboradores. Un inmenso dolor inundó su corazón.

— Pues bien, mujer, ¿tomarás mi oferta o tendré que matar a todos los seres vivos de este planeta, empezando por los tuyos? –expuso cínicamente el ser.–

Los ojos de Ireth se abrieron. Su cara se iluminó. Cuando volteó, Göck se extrañó de ver que la mujer tenía una expresión de tranquilidad en su rostro, como si algo la hubiese hecho tener confianza, incluso fe, en la situación por la que estaba pasando.

— ¿Quieres a Tavius e Ishindax? Bien, pues prepárate a recibirlos, Göck.

Una nube se interpuso entre la luz del sol proveniente del este y ellos. Ireth levantó su rostro hacia el cielo. Una sonrisa se formó en sus labios. Göck, extrañado, dio la media vuelta para mirar en la misma dirección. Todos los soldados presentes hicieron lo mismo. El rostro de la muerte se dibujó en sus pupilas, dejándolos temporalmente estáticos. Una orden de defensiva salió de lo más profundo del terror de los hombres, mismo que fue repetido por los de más bajo rango.

— Perfecto... –sonrió Göck antes de desenvainar su espada.–

En el este, acercándose vertiginosamente, centenares de dragones dorados, rojos, plateados, cobrizos, blancos, verdes, unos con escamas metálicas y otros con escamas brillantes, unos con protuberancias filosas y otros con carnes suaves, venían detrás de Ishindax. Tavius, montado en el lomo del animal, los dirigía. Las inmensas bestias se dispersaron, hacia todos lados, comenzando a dejar caer su furia sobre los soldados, quienes recibieron lluvias de fuego, magma, hielo, partículas metálicas, rayos, nubes de gas venenoso, ácido... en fin, cuanto elemento pudiese ser encontrado por la naturaleza. Adicionalmente, hechizos de poder inimaginable cayeron sobre el ejército invasor: unos se petrificaban y se hacían pedazos al caer al suelo, otros comenzaban a atacar a sus compañeros, otros se transformaban en bestias y salían huyendo despavoridos, otros sufrían graves quemaduras al derretirse espontáneamente los objetos metálicos que cargaban... hasta los magos de más alto nivel se quedaron estáticos al ver el poder que cada uno de los dragones, en forma específica, tenía. Ishindax, seguido por una docena de las inmensas bestias, sobrevoló Juskethar, buscando a Göck. Al verlo, gritó a Tavius la ubicación y descendió, aprovechando la distracción del enemigo. Tavius, portando una armadura color dorado hecha de escamas de Ishindax, desenvainó una espada que emitía un extraño fuego color blanco y bajó del lomo del dragón, quien dio la media vuelta y comenzó a atacar por tierra a las tropas con garras, cola y aliento de fuego. Al ver a Ireth y los demás miembros del consejo -todos menos uno- prisioneros, se reclinó para tomar impulso y en un parpadeo, voló sobre la tierra cual si fuese un haz de luz, cortó las ataduras de los magos, dio la media vuelta y se detuvo frente a Göck, a un par de metros.

— Muy impresionante, dios de la vida, muy impresionante –reconoció Göck mientras reía callada y malévolamente.–

— Bien, ¿me quieres a mí? ...aquí me tienes. A ellos los dejarás ir o sufrirás las consecuencias –ordenó Tavius.–

Göck emitió una sonora carcajada.

— Eres un iluso, Tavius. He consumido a tu familia entera... tengo su poder. No eres nada más que un pobre insecto que será aplastado –replicó el ser mientras desenvainaba una espada cuya hoja emitía llamas en forma similar a la de Tavius... pero en negro.– Y después de ser aplastado, vendrás a formar parte de mi.

Tavius estiró un pie hacia delante y otro hacia atrás, quedando ligeramente agachado, medio aperfilado frente a Göck. Extendió su brazo derecho, llevando la punta de la espada hacia el suelo, cerca de su pie derecho. Su brazo izquierdo lo extendió hacia el caballero negro, mostrando la palma de su mano hacia el cielo. Volteó a ver a Ireth y notó que la preocupación se cernía sobre su mirada. Con sus ojos, le dijo algo, los cerró y volteó a ver a Göck.

— Eso está por verse –agregó Tavius.– Yo me encargaré de enviarte de regreso a tus orígenes...

En dos pasos, Tavius atacó a Göck, quien alcanzó, con una destreza impresionante, a detener los movimientos extremadamente peligrosos del dios. Ireth y los magos retrocedieron, quedando a unos metros del portal. Un grupo de soldados se acercó por su espalda intentando sorprenderlos, pero Ireth percibió el ataque sorpresivo. Todos los miembros del consejo voltearon hacia sus espaldas y comenzaron a atacar a los soldados. Göck dio un salto y Tavius lo siguió. Ambos comenzaron a luchar sobre el aire, a unos metros del suelo. En cada choque de las hojas, se desprendían rayos de luz blanca y negra que se disparaban hacia todos lados. Ishindax destrozaba todo a su paso mientras era atacado por la artillería de Göck. Soldados le disparaban las esferas metálicas, pero las partículas de estas rebotaban en las duras escamas del dragón, apenas rasguñándolas. Los caballeros con lanzas eléctricas eran azotados por la cola de la bestia al intentar acercarse a ella. Algunas de las aves bajaban a intentar desgarrar la carne con sus patas, pero aquellas que no eran interceptadas por las garras o el hocico de Ishindax, perdían el control con un vórtice de aire formado por el agitar de las alas doradas. Ireth y los miembros del consejo se enfrentaban ante grandes grupos de hombres, mismos que caían ante los hechizos y conjuros de los magos. Aquellos que intentaban huir perdían la vida al ser atacados por la espalda. Tavius y Göck seguían intercambiando ataques a varios metros del suelo, alejándose y acercándose para defenderse o contraatacar. El dios sabía que tenía que ser muy precavido con el ser oscuro y evitar ser tocado a toda costa, pues ahí acabaría la pelea. Göck intentaba agarrar a Tavius en cada pequeño descuido, pero sus oportunidades ante la vertiginosa reacción de este se veían muy limitadas. Un soldado portador de lanza aprovechó una distracción de Ishindax y poniendo su vida de por medio, se avalanzó sobre un costado del dragón, encajando su lanza en la unión de dos de las grandes escamas que creaban la coraza impenetrable en una de sus patas. Ishindax emitió un rugido de dolor al sentir la descarga eléctrica del artefacto en su carne. Tavius, al oír a su hermano y amigó, cometió el grave error de voltear, mismo que fue aprovechado por Göck. Este hizo acopio de fuerza y golpeó al dios en el pecho, haciéndolo caer. El suelo se cimbró ante el inmenso golpe del dios al caer a la tierra. Tavius vio cómo la escama que protegía su pecho se había quebrado. Una repentina ola de preocupación se apoderó de él, misma que se desvaneció al ver que había caído a un costado del portal.

 

Varios soldados, aprovechando la herida que había sido causada en Ishindax, se armaron de valor y se avalanzaron sobre él. El dragón dorado se había quitado la lanza, pero había comenzado a brotar la sangre por entre sus escamas. Quienes emprendieron la carrera hacia la bestia, comenzaron a detenerse al ver un dragón cuya piel parecía estar hecha de metal líquido descender a un costado del dragón dorado. Este, al aterrizar, extendió sus alas y se transformó en una estatua de cristal. La luz del sol se refractó sobre ellas, emitiendo un millar de haces con los colores del arco iris que convirtieron en estatuas de cristal a todos aquellos a los que tocaban. Los que se salvaron de ser tocados por la luz, regresaron sobre sus huellas, sólo para encontrarse con un dragón con escamas color cobre, un dragón de escamas amarillas brillantes y un dragón de escamas rojas como la sangre que habían aterrizado en la cercanía, rodeándolos. El dragón rojo abrió su enorme hocico y de su garganta salió una gran llamarada que cayó sobre una tercera parte de los soldados. El dragón de cobre resopló una lluvia de ácido que deshizo a todos aquellos que tenía enfrente, y el dragón amarillo se convirtió en una sombra transparente que destrozó con garras y hocico a todos aquellos que habían corrido hacia él. El dragón cristalino replegó sus alas mientras volvía a su forma original y asistía a Ishindax. Extendió una garra sobre la herida, misma que se iluminó al tocar la sangre del dragón dorado. El rojo líquido esparcido sobre las escamas comenzó a reptar, regresando hacia su fuente, misma que al momento de sentir entrar hasta la última gota derramada, se cerró. Ishindax agradeció al dragón de mercurio su asistencia. Este asintió con la cabeza y emprendió el vuelo para seguir la batalla, cosa que también hicieron el dragón amarillo y el de bronce, mas no el dragón rojo. Este caminó hacia el dragón dorado.

— Es bueno que te hayan curado, mi querido hermano... hubiera sido una lástima que hubieses muerto –dijo el gigante rojo.–

— ¡Eso sí que es noticia! –exclamó Ishindax– Veo que agradeces el que yo te haya dado la vida, mi querido Grevindax... jamás esperé que tú...

— ¿Y quién te dijo que te lo estoy agradeciendo? –interrumpió el dragón rojo– Yo solo dije que hubiese sido una lástima que murieses...

Grevindax tomó impulso y se elevó en los aires. Antes de alejarse, volteó hacia Ishindax.

— Si hubieses muerto, yo me hubiese quedado sin un adversario digno de mí...

Dicho lo anterior, el dragón rojo se alejó, dejando a Ishindax riendo calladamente, pensando en lo imposible que sería cambiar de parecer a un ser que, aunque su creador fuese absolutamente bueno, llevaría el mal corriendo por sus venas.

 

Göck, al mirar caer a Tavius al suelo, se avalanzó sobre él. A décimas de segundo de recibir una descarga de la espada oscura del ser, Tavius levantó su espada. La hoja atravesó el vientre de Göck, saliendo por la zona lumbar. Göck miró hacia la cacha de la espada. Sintiendo un dolor indescriptible por la energía que la hoja emitía, levantó su espada y la dejó caer sobre el hombro izquierdo de Tavius. Al oír el grito del dios, Ireth volteó a ver la terrible escena. Llevó sus manos a la altura de su pecho, cerró los ojos, juntó las palmas y comenzó a parafrasear un rezo. Dentro de sus manos se formó una pequeña esfera de luz. Comenzó a separar las palmas, haciendo que la esfera creciera dentro de su control. Abrió sus ojos. Sus pupilas se habían tornado blancas, como si fuesen dos pequeños soles, irradiando luz. Con un gracioso movimiento de manos, aventó la esfera de energía hacia el cuerpo del dios. La esfera chocó con el brazo derecho de Tavius. Al impacto, la energía blanca comenzó a recorrer el brazo, el torso, la cabeza, las piernas, el hombro izquierdo... al llegar al punto donde la espada negra se había clavado, la misma fuerza que concentraba la esfera la hizo salir poco a poco. Göck sintió cómo la espada se alejaba del cuerpo de su oponente y haciendo acopio de fuerzas, intentó sumergirla más, combatiendo con el dolor corriendo desde su vientre. Ireth estaba sumida en un trance, tratando de controlar la energía, tratando de sacar la espada de Göck del hombro de Tavius, luchando contra la tremenda fuerza del ser oscuro. Casi a punto de caer de rodillas, decidió hacer un pequeño cambio de estrategia. El brillo sobre el cuerpo de Tavius comenzó a concentrarse en su mano derecha, la cual estaba bañada de la oscura sangre de Göck. Ireth, jalando aire, formó la esfera sobre la mano de Tavius. El dios se unió a la concentración de la archimaga, concentrando toda la energía que irradiaba la hoja de su espada en la cacha. Al lograrlo, hizo crecer la esfera. Al unísono, ambos concentraron sus energías en esta. La esfera empujó al ser con tanta fuerza que este perdió el equilibrio y se elevó en el aire, dirigiéndose hacia el portal, dejando su espada clavada en el hombro del dios. Este, ni tardo ni perezoso, se la arrancó en un movimiento y pegó un brinco hacia el portal, desapareciendo dentro de él. Al ver a ambos desaparecer, Ireth supo que debía actuar rápidamente. Göck estaba desarmado y herido, dándole a Tavius una ventaja que no podía desperdiciar. Rápidamente se incorporó y emprendió la carrera.

— ¡SELLEN EL PORTAL! –gritó antes de saltar hacia la inmensa esfera de energía que la llevaría hacia Alandor.–

Los doce magos dejaron de pelear y se dirigieron hacia el portal, acomodándose alrededor de él. Uno de ellos lanzó un susurro hacia el viento, pidiendo protección. Al instante, un dragón esmeralda, uno azul, uno zafiro y uno plateado formaron un círculo impenetrable alrededor de ellos. Los magos concentraron todas sus energías en el portal. Sangre brotó de sus bocas mientras entonaban el cántico que debía cerrarlo, pues Göck había usado un poder que rebasaba la fuerza que ellos, los más poderosos magos de Tavindax, podían acumular. Ishindax descendió cerca de ellos y en conjunto con los otros cuatro dragones, se unieron al ritual de los magos. Un domo de energía multicolor se formó entre las bestias y los magos, mismo que se fue comprimiendo conforme los dragones concentraban sus energías. Al rebasar el círculo formado por los magos, la energía del domo les curó las heridas internas que habían sufrido en el intento de cerrar el portal, dándoles la oportunidad de reforzar su poder. El portal se comprimió dentro del domo hasta que desapareció por completo. Los magos retrocedieron rápidamente para permitirle a los dragones romper la marca y evitar que el portal se reabriera de inmediato. Ahora todo estaba en manos de Ireth.

 

En Alandor, la noche comenzaba a caer. La montaña del conocimiento se cimbró. El batallón de Göck que se había quedado dentro de la caverna comenzó a evacuarla desesperadamente, pues con cada golpe de Tavius, el caballero negro causaba estragos en las paredes. Las grandes estalactitas que una vez alumbraron la bella ciudad de los magos comenzaron a caer, causando estragos en las tropas, quienes habían reconocido que no podían pelear contra la rapidez de ese caballero con extraña armadura dorada que peleaba contra el ser que los comandaba. No podían ayudarlo: era una pelea de uno a uno. Al emerger Ireth del portal, notó cómo un escuadrón de soldados que corría hacia la salida palideció al verla. Y es que no era para menos: la misma Ireth no podía explicarse porqué su piel emitía luz propia. “Ha de ser el cambio de nivel vibracional” pensó antes de dar la media vuelta y comenzar el ritual para cerrar de una vez por todas el acceso a Tavindax. Extendió sus brazos y comenzó a entonar el cántico requerido. Después de unos minutos de luchar contra el poder de Göck concentrado en el portal, logró reducirlo de tamaño. Tomando fuerza del aire que la rodeaba y haciendo uso de su propia energía vital, transformó el ahora diminuto portal en una masa de energía negativa tan densa que comenzó a jalar hacia sí todo a su alrededor. Ireth extendió una mano hacia ella y la dirigió hacia abajo. La marca del portal fue absorbida dentro del diminuto agujero negro. La archimaga, emitiendo un nuevo cántico, elevó la esfera hacia el techo de la caverna. En un nuevo acopio de fuerza, la empujó con tal ímpetu que la esfera salió disparada, haciendo un inmenso cráter en su camino hacia el cielo. Sin perderla de vista con su infinitamente elevada percepción, Ireth logró hacer que su creación se alejara del sistema solar, a miles de millones de kilómetros. Cuando estuvo en un punto lo suficientemente alejado, la hizo implotar, convirtiéndola en una microscópica masa de alta densidad, tan alta, que se consumió a sí misma, desapareciendo en la nada. Ireth cayó sobre sus rodillas, exhausta por el esfuerzo que había requerido el no dejar manera alguna de regresar a Tavindax. Hundió sus manos en la tierra y emitió un rezo. La energía del planeta penetró por sus dedos y entró en su riego energético, no sólo renovándola, sino dándole un poder que ella en su vida imaginó tener. Levantó sus ojos y alcanzó a ver cómo Göck salía por el cráter que mostraba el cielo. Tavius volteó hacia abajo y notó el brillo de Ireth, tan grande como el que él emitía. Ella, usando el poder de la telekinesis, se elevó rápidamente hacia donde él estaba. Al tenerla cerca, el dios no pudo evitar poner una notoria cara de sorpresa.

— Ve nada más en lo que te has convertido, mi querida Ireth...

Ella se miró de pies a cabeza.

— He de suponer que es la diferencia vibracional entre los planos... pero me explicarás luego. Ahora debemos ir tras Göck y terminar lo que comenzamos en Tavindax.

Tavius le sonrió, la tomó de la mano y se dirigió hacia la salida.

— ¡Hacia el este! –exclamó Ireth– ¡Göck quiere ir a consumir a Miccus para renovar fuerzas!

El dios aceleró su vuelo. Varios kilómetros antes de llegar a la antigua torre del consejo, alcanzó a ver a Göck volando desesperadamente. Ireth le soltó la mano para permitirle interceptarlo. Göck se detuvo en seco al emerger Tavius por debajo de él.

— Terminemos con esto, ente del averno –advirtió Tavius dejando ver una rabia indescriptible detrás de su mirada.– Es hora de que dejes de existir...

Göck sabía que había perdido demasiada energía en el enfrentamiento dentro de la caverna. El pánico se podía notar dentro de los dos puntos rojos que se podían ver dentro de las cuencas de su descarnado cráneo, el cual brillaba con una débil luz rojiza expuesto al aire, ya que su yelmo había sido despedazado anteriormente en un ataque de Tavius.

— No sé de dónde has sacado tanto poder, dios –reconoció el descarnado ser.– Pero esto no sólo acabará para mí. ¡El universo mismo sufrirá las consecuencias!

Göck extendió sus brazos. Su aura rojiza comenzó a expanderse poco a poco. La maltratada armadura que cubría su cuerpo se desintegró, dejando ver el cuerpo de sólo huesos.

— Es ahora que todo este mundo cesará de existir. Mi venganza será absoluta, y ni tú ni tu maga podrán evitarlo...

El esqueleto viviente emitió una carcajada tan siniestra que hasta la misma tierra tembló del miedo. Las partículas de los huesos de Göck comenzaron a vibrar a una velocidad tan elevada que en cualquier momento se separarían. En la distancia y acercándose lo más rápido que podía, Ireth alcanzó a ver a Tavius levantar su espada y dejarla caer sobre las vértebras cervicales de su oponente. En su mente se dibujó una terrífica escena que la hizo gritar con todas sus fuerzas.

— ¡TAVIUS! ¡NOOO!

El dios no alcanzó a reaccionar. Su espada separó la cabeza de Göck de su cuerpo, emitiendo una explosión de luz roja cuya onda golpeó tanto a Tavius como a Ireth. El golpe fue tan fuerte que ella perdió el conocimiento y comenzó a caer. El esqueleto de Göck se desarmó por completo. Sus huesos, emitiendo una potente luz roja, cayeron hacia la tierra. Tavius reaccionó de inmediato y voló rápidamente a impedir que Ireth se impactara en el suelo, lográndolo a unos cuantos metros. Al tenerla en sus brazos, descendió y la recostó sobre la hierba.

— Ireth... ¡Ireth! ¡Despierta por favor!

Ella abrió débilmente sus ojos. La ternura invadió su alma al ver la cara de preocupación que el dios tenía. La sensación duró poco. Se incorporó y dirigió la mirada hacia los huesos de Göck, que en un segundo tocarían el suelo.

— ¡POR TODOS LOS CIELOS! ¡VÁMONOS DE AQUÍ! –gritó la archimaga con todas sus fuerzas.–

Tavius la tomó de los brazos y se elevó hacia el cielo un instante antes de que el cráneo de Göck cayera. Al hacerlo, los dos puntos rojos dentro de sus cuencas oculares se apagaron. Cual si fuese hecho de arena, el cráneo se desmoronó sobre el suelo. Las partículas de hueso comenzaron a mezclarse con la tierra, comenzando a crear caos en todo lo que tocaban, mismo que comenzó a extenderse en todas direcciones. Al caer los demás huesos también se desmoronaron y corrompieron el balance molecular de la tierra que tocaban, haciendo que la reacción en cadena se acelerara. Tavius llevaba a Ireth camino hacia la torre. Miccus había presenciado toda la escena desde su ventana, haciéndose a un costado para permitir que Tavius entrara.

— ¡Hermano! –exclamó Miccus al ver a Tavius– ¡Derrotaste a Göck! ¡Has salvado a Alandor!

— Dejemos el júbilo para otra ocasión, hermano –expresó el dios de la vida tirando por la ventana la alegría del dios chef.– Creo que algo terrible he desencadenado...

— En efecto, mi querido Tavius... –agregó Ireth– no alcancé prevenirte a tiempo... alcancé ver cómo Göck reunía sus últimas fuerzas para crear una reacción en cadena que desintegraría el planeta entero... ¡DEBEMOS APURARNOS! ¡En poco tiempo el caos llegará hacia acá!

— ¡Ah! ¿De qué rayos están hechas estas cadenas? –gritó Tavius en un tono de desesperación al no poder romper el metal que apresaba los pies del regordete dios.–

— ¡No tengo ni la más remota idea! No he podido librarme de ellas... pero... ¡váyanse! ¡Déjenme y sálvense ustedes! –exclamó Miccus.–

Ireth se alejó de la ventana y se acercó a examinar el metal.

— No se podrá romper. Tavius, dame tu espada –solicitó Ireth. Tavius entregó su espada a la archimaga y esta la levantó en el aire, disponiéndose a impactarla en las muñecas de Miccus.–

— Que... ¿qué piensas hacer, mujer? –inquirió nerviosamente este.–

Ireth no lo pensó dos veces. De un solo tajo cortó ambas manos del dios cautivo, quien se tiró al suelo emitiendo un grito de dolor que hizo que las paredes de la torre se cimbraran. Tavius tomó las cercenadas manos de su hermano y las colocó sobre las muñecas. Al hacerlo, sus manos se iluminaron y repararon las uniones rotas por el golpe que la archimaga había propinado. Miccus se sentó en el suelo y vio sus manos. Sus gemidos callaron al dejar de sentir dolor. Ireth le regresó la espada a Tavius y le ayudó a levantar a su hermano.

— Perdón, Miccus, pero era la única manera de liberarte. Ahora, ¡vayámonos de aquí! –exclamó Ireth.–

La archimaga levantó una mano hacia el techo de la habitación y esta salió disparada hacia el cielo, haciendo un arco hacia un costado, dejándoles el paso libre. Tavius la tomó con una mano y a su hermano con la otra. Se elevó en el aire justo instantes antes de que las partículas de caos tocaran los cimientos de la torre y esta se convirtiese en una masa de partículas que se esparcieron hacia todas direcciones, contaminando más partículas a su paso. Tavius ascendía vertiginosamente, disponiéndose a salir de la atmósfera de Alandor. No sabía si Ireth resistiría el cambio atmosférico, motivo por el cual formó una burbuja con la presión atmosférica adecuada y aire alrededor de los tres. Ireth no quitaba los ojos del suelo a sus pies, sobre el cual una mancha rojiza se esparcía sobre la superficie, desprendiendo todo lo que se encontraba a su paso. Tavius detuvo su vuelo en un punto desde el cual podían ver el planeta entero. La mancha roja ya cubría un 20% de la superficie, y se notaba claramente cómo iba penetrando hacia el centro.

— ¿Qué demonios le sucede a Alandor? –inquirió Miccus– ¿En qué se está convirtiendo?

— Se está desintegrando –contestó Ireth.– Las partículas del cuerpo de Göck están corrompiéndolo todo... nada quedará cuando haya terminado.

— Pero no terminará ahí –agregó Tavius.– Tengo la ligera impresión de que el plan de Göck era no sólo acabar con Alandor...

Ireth y Miccus se miraron uno al otro y voltearon a ver al dios de la vida con una gran interrogación en la mirada.

— Cuando Alandor sea consumido por completo, la masa se esparcirá y comenzará a corromper todo lo que toque... si una sola partícula toca el polvo cósmico, lo corromperá y se propagará por todo el universo.

— ¿Y cómo lo sabes, hermano? –preguntó con voz quebradiza el dios chef.–

— Él me lo hizo saber justo en el momento en el que le arrancaba la cabeza.

Tavius bajó la mirada avergonzado por haberse dejado llevar por su ira y no pensar en las consecuencias que su acción acarrearía. Ireth, lo tomó de la barbilla y besó tiernamente la fisura izquierda de su boca. El dios sintió un gran alivio con esa acción. Volteó a ver a la archimaga y notó en sus ojos una profunda paz. Abrió su boca disponiéndose a agradecer el beso, pero ella colocó los dedos sobre su boca, impidiéndole abrir los labios.

— Hay algo que podemos hacer, pero requerirá de nuestro sacrificio.

Tavius vio claramente en los ojos de la archimaga lo que intentaba decir. Miccus, aterrorizado, irrumpió.

— ¿Sacrificio? ¿De quién? ¿NUESTRO? ¿NOSOTROS, SACRIFICARNOS POR SALVAR ALANDOR? ¡PERO TE HAS VUELTO LOCA MUJER!

Ireth, con una maravillosa sonrisa, se acercó al regordete y lo tomó por las mejillas. Lo besó en la frente y lo miró profundamente a los ojos.

— A Alandor no podemos salvarlo ya, mi querido Miccus. Pero sí podemos evitar que la corrupción de Göck se esparza por el universo.

— Ella tiene razón, hermano –agregó Tavius, colocando su mano derecha sobre el hombro de Miccus.– Tendremos que sacrificar nuestra propia existencia, pero así podremos contener esta catástrofe. ¿Cuento contigo?

Miccus bajó la mirada y volteó a ver hacia el planeta. La mancha roja ya cubría casi el 50% de la superficie.

— Desde que Göck consumió a nuestros padres y hermanos, no he pensado en otra cosa que no sea vengarlos... ¡JA! –exclamó divertidamente, cambiando la tristeza en su semblante por picardía– ¡Ahora podré hacerlo!

— ¡Así se habla, hermano! –clamó Tavius lleno de alegría–

Ireth se alejó unos centímetros al ver a Miccus querer abrazar a Tavius. Así lo hizo este. Abrazó fuertemente a su hermano mientras lágrimas de felicidad inundaban sus ojos.

— Te amo, Tavius. Me duele el que no estuvieses presente para salvar a nuestra familia, pero ahora entiendo que tu destino no era salvarlos a ellos, sino salvarnos a todos. Gracias por estar aquí cuando más te necesitaba.

Los ojos de Tavius también se nublaron por las lágrimas.

— Gracias a ti por haberte mantenido vivo, hermano. No importa lo que pase, seguiremos juntos...

Ireth, conmovida, presenciaba la escena, permitiéndoles tomarse el tiempo que necesitasen. Volteó la mirada hacia el inmenso sol, cuyos rayos los bañaban cálidamente. En el disco dorado, ella vio a Creub sonreírle. El caído necromancer se hizo a un costado para permitir a Ishindax hacerle a la archimaga una reverencia, y este a su vez se hizo a un lado para permitir que todos los habitantes de Tavindax, encabezados por los doce sobrevivientes miembros del consejo, se enorgullecían de haberla elegido como regidora. Cerró sus ojos y dos lágrimas escaparon, recorriendo sus mejillas. Tavius y Miccus la tomaron por los hombros y la abrazaron. Se quedaron quietos unos instantes, con los ojos cerrados, disfrutando de la atmósfera de tranquilidad y amor hacia todos los seres vivos que dentro de la burbuja se respiraba. Sólo la voz de Tavius sonó.

— Estamos en tus manos, Señora del Destino. Llévanos hacia donde debemos ir.

Ireth no dijo nada. No abrió los ojos. Volteó y los abrazó a ambos. Al hacerlo, los cuerpos de los tres se fusionaron, generando un resplandor tan potente que hasta el mismo sol palideció. La burbuja dentro de la cual estaban se expandió, reteniendo la energía de los tres dioses dentro. La mancha de caos había cubierto por completo a Alandor. Las partículas de toda la superficie comenzaban a ascender hacia la estratosfera mientras el resto corrompía las capas inferiores del planeta, tratando de llegar al centro. La esfera se disparó hacia la exosfera del planeta. Unos kilómetros antes de llegar, explotó en millones de partículas que comenzaron a rodearlo. En cuestión de segundos, todo Alandor estaba rodeado por diminutos puntos de luz acomodados geométricamente. La partícula de la esfera colocada directamente sobre el polo norte de Alandor tendió un haz de luz hacia las más cercanas en todas direcciones. Cada partícula que recibía el haz de luz lo proyectaba hacia las siguientes. Desde el espacio podía apreciarse con claridad cómo una rejilla de luz envolvía al planeta. Una vez que la última partícula, ubicada sobre el polo sur, recibió los haces de luz de sus vecinas, una capa de energía luminosa se formó entre cada espacio vacío de la rejilla. Alandor quedó completamente encerrado dentro de una capa semitransparente de energía azul-dorada-blanquecina. La capa comenzó súbitamente a girar en el mismo sentido de rotación del planeta. La misma inercia hizo que Alandor comenzase a girar más rápidamente dentro del campo energético que lo encerraba. La gravedad comenzó a subir paulatinamente, jalando hacia adentro todas las partículas que habían ascendido. La capa de energía comenzó a girar más y más rápidamente, tan rápido que la misma luna se vio atraída hacia ella. Instantes antes de que la luna estuviese en peligro de chocar con Alandor, la esfera de luz comenzó a contraerse. La gravedad en Alandor había crecido tantos grados que las partículas de caos lo habían corrompido por completo, pero estas mismas estaban prisioneras dentro de la capa que las retenía, sin posibilidad de salir. Sin dejar de girar, la esfera salió de su posición con respecto a la órbita solar, jalando a la luna consigo. Una vez que la luna quedó cautiva por la gravedad del sol, la esfera se disparó hacia el espacio, sin parar de girar.

 

Las tropas de Göck que sobrevivieron a la batalla en Tavindax se rindieron. Un inmenso campamento se creó, de manera que ambos bandos pudiesen atender a sus heridos y recoger a sus muertos. La luna comenzaba a ocultarse cuando los doce sobrevivientes del consejo se daban la mano con los pocos generales de Göck que habían sido rescatados de la oscuridad que cubría sus corazones. Al salir de la tienda a guisa de cuartel dentro de la cual debatieron durante unas horas para tomar un poco de aire fresco, se maravillaron ante la belleza del cielo estrellado comenzando a aclararse. De repente, una luz inmensamente potente se proyectó sobre ellos, haciéndoles tapar sus ojos. Al voltear a ver hacia el cielo, notaron en la distancia tres brillantes estrellas que formaban un triángulo perfecto. Todos los soldados voltearon a verse unos a otros sorprendidos al ver cómo tanto magos como dragones se habían arrodillado, venerando esas tres estrellas. Ishindax se acercó hacia el cuartel. Al sentirlo, los doce concejales se incorporaron. Los generales no dejaron de sentir temor ante tan imponente bestia. El dragón extendió una garra y dejó notar la espada de Göck, misma que había perdido su flama negra por completo. Dirigiéndose hacia los soldados de alto rango y con voz seria, les dijo:

— Göck ha dejado de existir. Más sin embargo, Tavius, Ireth y Miccus se han sacrificado a sí mismos por el bien de todos nosotros. Que esto les sirva a ustedes de lección.

El dragón volteó hacia los doce concejales.

— Ahora les tocará a ustedes decidir el destino de Tavindax. Yo y los míos nos iremos, pero siempre estaremos vigilando que el sacrificio de nuestros dioses se mantenga por siempre presente.

Dicho esto, dejó caer la espada y extendió sus alas. Todos los demás dragones lo imitaron, emprendiendo el vuelo hacia la lejanía. Uno de los generales caminó hacia la espada, la tomó y se acercó hacia los miembros del consejo de magos. Sosteniendo la espada con ambas manos, se postró ante ellos.

— Esta espada será el símbolo de nuestro agradecimiento a la oportunidad que nos han brindado. Espero que juntos crezcamos en este, su mundo, mismo que nosotros protegeremos como si fuese nuestro.

Los doce magos lo rodearon y colocaron sus manos sobre los hombros del soldado, mostrándole una amable sonrisa.

 

A lo lejos, en un punto distante en el espacio, tres estrellas recientemente nacidas formaban un triángulo perfecto. Su brillo era tan poderoso que cientos de civilizaciones antiguas o evolucionadas, buenas o malas, con dioses o sin ellos, viviendo en el mismo punto del espacio en el cual se ubicaba Tavindax pero en distintos planos dimensionales, se maravillaron ante ellas y se preguntaron qué fenómeno las había creado. Y en Tavindax, sólo aquellos que amaron a Tavius, conocieron a Miccus y reconocieron el papel de Ireth en el orden de las cosas, salieron todas las noches a darles las gracias por su sacrificio en una oración silenciosa, la cual se elevaba hacia la inmensidad del espacio y llegaba hasta ellos, haciéndolos sonreír, haciéndolos brillar con más intensidad desde ese punto desde el cual iluminarían eternamente a todos los seres por los cuales habían dado sus vidas.

Documento originalmente publicado en whitepuma.net en jul 14, 2003.

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