El Cervatillo

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En un cálido día de primavera, nace en un hermoso bosque un divino cervatillo. Sus padres lo ven con dulzura levantarse del suelo... tratando de mantenerse sobre sus cuatro patas. Después de varios intentos, lo logra. Sus padres se sienten orgullosos de el, y le brindan su amor para que crezca y se desarrolle como todo animal silvestre lo hace.

Años después, en un día de verano, un grupo de cazadores furtivos anda merodeando el bosque en busca de una buena presa. La feliz familia de ciervos come plácidamente de los frutos que la naturaleza les brinda... cuando suenan dos disparos.

El cervatillo, perplejo, voltea y ve a sus padres yaciendo sobre el pasto. No comprende lo que ha sucedido, y huye desesperado tratando de salvar su vida... tan joven y ahora tan sólo, sin estar preparado para continuar esa vida que comienza, y con la imagen muy fija en su mente de los cuerpos de sus padres muertos por las crueles manos de los humanos.

Con el transcurso de los años, el cervatillo aprendió a sobrevivir, siempre asustado, esperando no volver a escuchar esos truenos que le quitaron la vida a sus padres. Se crea en su mente la idea de tener que ser más fuerte que los demás, para que no lo hieran... y se enfrenta a cualquier obstáculo, siempre saliendo triunfante, convirtiéndose en un magnífico macho, con una hermosa cornamenta.

Todas las hembras del bosque lo ansiaban... era un excelente ejemplar. Pero ninguna era digna de él. No eran lo suficientemente hermosas. La hembra de sus sueños no existía, y jamás la encontraría. Siempre estuvo solo, sin compañía. Cuando en la época de celo alguna hembra se le acercaba, él la tomaba como pareja y convivía con ella durante un tiempo, después, se alejaba.

Cierta tarde de otoño, el magnífico ciervo se encontraba bebiendo de las cristalinas aguas del lago. De repente, los pájaros dejaron de cantar... algo extraño merodeaba entre los árboles. El ciervo tuvo un mal presentimiento... levantó la cabeza del agua, y se oyó un disparo... él vio cómo algo invisible penetraba en el agua centímetros adelante de donde tenía su hocico cuando bebía... y al voltear, los vio... preparando un segundo tiro.

La ira se apoderó de él, y fúricamente corrió hacia ellos... expelía odio por cada poro de su piel, y fuego por su mirada... quería acabar con ellos... ellos dieron muerte a sus padres, y no merecían vivir. Los atacó, dándoles muerte a todos... su hermosa cornamenta ahora estaba manchada de sangre, y sobre su costado, una profunda herida de un objeto filoso que uno de los humanos portaba. Regando sangre por su camino, el ciervo se alejó, herido de muerte.

Como en enfrentamientos anteriores con otros ciervos había aprendido a comer hierbas medicinales, se curó así mismo, sanando rápidamente la herida que llevaba por fuera, pero sus heridas interiores seguían sangrando.

Un frío día de invierno, una majestuosa águila imperial volaba libre por el cielo, viendo el bosque abajo, a lo lejos... esta águila tenía una misión... buscaba algo pero no sabía que.

Y haciendo sobre la nieve, vio la figura de un ciervo cansado. Sintió que debía ayudarlo, y bajó a tierra.

Cuando el ciervo la vio, inmediatamente se levantó, y poniéndose a la defensiva, le dijo al águila:

"Sé que ves en mí un excelente desayuno... ya me he enfrentado a otros como tú, así que es mejor que te vayas y busques en otro lado"...

El águila lo vio con ojos tiernos, comprendiendo cuan herido estaba el ciervo por dentro, y le contestó.

"Estás equivocado. Yo no ataco a animales como tú. Me confundes con los buitres.

He notado grandes heridas en tu interior. Siempre has peleado por tu vida, curando las heridas en tu piel, en tu carne. Veo en tu piel las cicatrices... Los humanos ven a lo lejos la magnificencia de tu piel, y te desean en sus salas, pero cuando se acercan y ven tus cicatrices, les deja de importar la piel y te desean por tu carne, porque es un manjar de dioses.

¿No se te ha ocurrido pensar en ello? siempre sanas las heridas de tu cuerpo, pero no las de tu alma."

El ciervo, desconcertado por las sabias palabras del águila, que no comprendía, se lanzó sobre ella, queriendo destrozarla. Pero el águila podía hacer algo que se le olvidó al ciervo: volar.

En cuanto vio en los ojos del ciervo el deseo de atravesarla con su cornamenta, desplegó sus alas desprendiéndose del suelo. Cegado por la ira, el ciervo quitó la vista del piso viendo como el águila se mantenía sobre el aire. Cuando volteó de frente, era demasiado tarde para detener su frenética carrera, impactándose con un gran árbol, sufriendo una dolorosa herida en su cabeza... uno de esos hermosos cuernos había caído.

Yacía llorando de dolor, pero no solo por su cuerno perdido, sino por no haber podido matar al águila.

El águila regresó al suelo, y brincando graciosamente se acercó al ciervo, diciendo:

"¿Ves lo que te digo? piensas que todos los animales te quieren hacer daño... y tú eres quien lo provoca, porque atacas antes de pensar".

El águila extendió una de sus grandes alas, cubriendo la cabeza sangrante del ciervo. Él se desmayó.

Una dorada luz se desprendía de las plumas del ala del águila, inundando de luz cada célula herida de la cabeza del ciervo. Mágicamente, una nueva cornamenta surgió. Una vez reparada su cornamenta, la luz dorada que el águila desprendía sobre el ciervo comenzó a recorrer todo su cuerpo, y por donde pasaba, sanaban las cicatrices de su piel...

Una vez terminada la curación, el águila dijo al ciervo... "He curado tus heridas exteriores. Ahora te toca a ti hacer un esfuerzo por curar tus heridas interiores". Y remontó el vuelo.

Minutos después, el ciervo despertó de un bello sueño, en el cual había visto cómo un hermoso ángel había regenerado su cornamenta y su piel... pero se dijo a sí mismo "fue sólo un sueño", y sintió mucha sed, emprendiendo camino hacia el lago.

Una vez ahí, bajó su cabeza preparándose para beber... y vio una hermosa, limpia y reluciente cornamenta sobre su cabeza, desprendiendo una luz blanca como la nieve... no lo podía creer... giró sobre sus patas y vio cómo su piel era tan hermosa como cuando era un cachorro... y dos lágrimas salieron de sus ojos, mientras meditaba en lo sucedido... "Fue realidad, no fue sueño...".

Desconcertado, regresó al bosque... presintiendo algo... poniéndose a la defensiva... algo se movía tras los árboles. Sigilosamente, rodeó el área en donde ese algo se movía... y llegó a sus espaldas, listo para atacar... cuando detuvo su carrera: no podía creer lo que veía.

Una magnífica hembra: una cierva de piel dorada clara, con graciosas manchitas blancas sobre su lomo, comía de la tierna corteza de un joven árbol. Ella graciosamente volteó, y al verlo perplejo, le cerró un ojo, invitándolo al manjar...

El ciervo, con cara de asombro, sacudió la cabeza, parpadeó indecisamente, y aceptó, porque comprendió algo justo a tiempo. Había encontrado algo que pensó que jamás encontraría... y volteando hacia el cielo, alcanzó a ver a una majestuosa águila imperial, que desprendía de su cuerpo una cegadora luz dorada, y sobre su cabeza una brillante luz blanca, volando impulsada por los vientos del sur hacia un destino incierto.

Una lágrima de alegría cayó de uno de los ojos del águila hacia el suelo, y una lágrima de agradecimiento cayó de uno de los ojos del ciervo, porque su sueño se había convertido en realidad.

Dedicada a Dulce.

Documento originalmente publicado en whitepuma.net en nov 15, 1997.

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