Solo en el mundo

Enlace permanente Reportar al webmaster

"Toda mi vida he peleado por salir adelante. Desde mi primer trabajo como ayudante en aquella oficina hasta estos días en los que poseo algunos de los negocios más prósperos de Nueva York.

Dios me bendijo ese día que gané la lotería. Esos 32 millones de dólares le dieron un vuelco total a mi vida... y a mi felicidad... ahora no sé si pensar que ese privilegio fué una bendición o una maldición.

Antes, cuando sólo había lo necesario y teníamos que ahorrar para poder irnos de vacaciones, la vida era mucho más sencilla. No tenía enemigos, y mis hijos eran dos muchachos comunes y corrientes. Belinda no es nada fea, tiene el armonioso cuerpo de su madre. Caesar fué siempre el muchacho más inteligente de su clase, siempre sacaba buenas calificaciones, y no es que yo sea guapo, pero él es tan atractivo como yo lo era a su edad.

Martha siempre ha sido una mujer muy hermosa. Sabe lo que tiene, y yo se que la tengo, bueno... ¡ja! ...la tenía.

Los tenía a los tres. Ellos eran mi vida, pero ahora no son nada. El dinero se les ha subido a la cabeza.

Belinda ya no es más la muchacha sencilla que era. Ahora es un monstruo de la moda y el narcisismo. Sólo le importa ir con sus amigas a la 5th Avenue a ver en que gasta su dinero, y sólo lo hace con el fin de apantallar a sus amigas. Ya ningún muchacho se le acerca. Ahora se siente merecedora del hombre más hermoso del mundo... Nunca olvidaré el día en el que humilló al hijo de los Kingsley diciéndole que él ya no merecía tenerla como amiga... que era muy poca cosa. Cielos... ¡¡¡cuan rápido puede cambiar una persona!!!

Y Caesar... de ser el jóven prometedor que era, se ha convertido en un bastardo adicto a la cocaína. Ya dos veces han tenido que operarlo de la nariz para evitar que le cayera cáncer... y su mente... ¡¡¡Dios!!! su inteligencia se ha decrementado tanto... mi hijo ya no es mi hijo... ahora es un pobre idiota que se deja manipular por sus amigos, aquellos que lo indujeron al vicio.

Y Martha... aaaaahhhh... mi hermosa mujer ahora es una de esas estúpidas esclavas de los chismes de la alta sociedad. Como detesto a ese grupo de víboras con las que juega bridge todos los días.

Todo era más sencillo cuando no teníamos dinero. Hemos cambiado tanto... Hemos entrado en un grupo de personas que no sirven para nada en lo humano. Sólo les importa tener cada vez más de algo que no quieren perder, y ¡¡¡vaya que tienen problemas con ello!!! se me revuelve el estómago con ver a los dueños de negocios caros... calvos... estresados... con tantas preocupaciones.

10 años han pasado... 10 años en los cuales me he hecho cada vez más pequeño. Ahora ya no soy el padre al que mis hijos buscaban como amigo... ahora soy una máquina que debe mantener sus cuentas bancarias siempre llenas. Ya estoy harto de ello. Creo que ha sido demasiado. Esta situación me ha afectado tanto, que ni en brazos de Donna me siento a salvo. Ya nadie me puede salvar. Si, creo que estoy solo en el mundo."

Jeannie se acercó a Malcom. Obviamente, estaba ebrio, como todos los días. Se acercó a él cargando un café bien cargado.

- Malc, por favor toma esto. Vamos a cerrar en una hora y sabes bien que no te voy a permitir salir si no es por tí mismo.

Malcom regresó en sí cuando sintió la sacudida. Levantó la cabeza y la expresión en su rostro enterneció a Jeannie. ¿Cómo era posible que un hombre que lo tenía todo sufriera tanto? sus lágrimas eran reales... tal vez le faltaba algo, después de todo.

- Gracias, preciosa. Eres una especie de ángel, ¿lo sabías? siempre te preocupas tanto por mí...

- No digas nada y tómate este café. Te sentará bien -interrumpió ella-.

Malcom hizo a un lado la copita de whisky a medio tomar y Jeannie la retiró de inmediato, dejando en su lugar la taza de café. A Malcom le supo a gloria... su estómago estaba demasiado irritado por la más de media botella que se había tomado.

- ¿Sabes, niña? si hubiera más gente como tú en este planeta todo sería diferente -dijo Malcom, a lo que Jeannie contestó:

- Malc, el mundo está lleno de gente como nosotros. Bueno, hay muchas excepciones, pero la mayoría somos buenos por dentro. Tú perteneciste al grupo, ¿recuerdas?

- ¡¡¡Y vaya que lo recuerdo!!! pero ahora no soy más uno de ustedes -replicó sarcásticamente- ...ahora pertenezco "al club".

Jeannie suspiró profundamente mientras pensaba "No tiene remedio. Es demasiado tarde para él." y plantándole un tierno beso en la frente se despidió:

- Vete a casa. Ya son casi las 3 de la mañana y yo tengo que hacer mis cuentas antes de irme a ver a mi hija.

Mientras Jeannie se alejaba, Malcom la señaló con el dedo para decirle:

- ¿Sabes? te tengo incluída en mi testamento.

Jeannie, quien se encontraba camino a la caja, volteó y, guñándole un ojo coquetamente, le mostró su angelical sonrisa.

Eran las 3:15 cuando Malcom, menos ebrio por el milagroso café de Jeannie, salió del bar. Le dejó al cajero las llaves de su carro -tal como lo había hecho otras veces- puesto que no se sentía lo suficientemente sobrio como para regresar manejando hasta el departamento que había comprado para descansar de toda la basura a la que estaba acostumrado a vivir de lunes a viernes.

Tardó unos segundos en encontrar un taxi, el cual 30 minutos después lo dejaba frente al edificio. No pudo faltar en el trayecto la típica plática de la falta de dinero, lo caro que estaban las cosas y lo poco que dejaba el oficio de taxista. Malcom, al bajar, le extendió al taxista un flamante billete de 100 dólares para pagar una cuenta de $20 y le dijo "Quédese con el cambio, lo necesita para los útiles de sus hijos". El taxista, encantado, los recibió diciéndole que gente como él era lo que necesitaba este mundo, a lo que Malcom contestó con una sonora carcajada.

Con la plática y aire que entraba por la ventana del taxi durante el trayecto, Malcom ya había recuperado el 80% de su sobriedad. Entró al departamento y se dirigió hacia la recámara. Se desvistió, se dió un baño y se recostó sobre la cama. Su cabeza le daba vueltas después de tantas cosas que había pensado en ese lapsus en el bar, y se sintió más solo que nunca. Se incorporó y caminó hacia el estudio, sacó un cuaderno del cajón y destapó su Mont Blanc. Comenzó a escribir, a dejarse llevar por lo que su corazón dictaba. Acto seguido firmó el documento, dejó la pluma sobre el papel, hizo una llamada y sacó el viejo revólver calibre 48 que tenía guardado en el cajón secreto del escritorio.

En la oscuridad de la noche sonó un disparo, seco, rápido, directo, que despertó a todos los vecinos del 4° piso y a uno de otro del 3° y del 5°.

La policía llegó al mismo tiempo que Martha y los muchachos. Encontraron a Malcom sentado con el cráneo despedazado, el revólver yaciendo en el piso bajo su mano derecha y el teléfono colgando cerca de la izquierda.

Martha estaba afectada, pero como toda dama de sociedad, se mantuvo firme y no lloró. Un detective se acercó a ella para interrogarla y ella dijo que él le había llamado despidéndose y dándole las gracias por los años en los que habían sido felices, y después oyó el disparo en el teléfono.

Al día siguiente todos los periódicos tocaron el tema del suicidio de Malcom Miles, otro de tantos afortunados empresarios que se quitaba la vida gracias al agobio de los negocios.

Días más tarde, Jeannie, que se encontraba hablando por teléfono a su casa, fué llamada a la barra. Una elegante dama requería de su presencia. Al acercarse, La mujer fué al grano:

- ¿Eres tú Jeannie Crown?

- Si, soy yo, ¿le puedo ayudar en algo?

- Claro que sí. No se quién demonios seas y qué tipo de amorío tuviste con mi marido, pero vengo a traerte algo que él te dejó.

Jeannie, con una mirada de asombro y susto al mismo tiempo, aclaró:

- ¿De qué rayos habla? ¿Amoríos? ¿Con su marido? ¡¡¡Usted está loca!!!

- No, no lo estoy, y aquí está la prueba.

Martha arrojó a la cara de Jeannie una hoja de papel amarillo. Jeannie lo tomó desconcertada y lo comenzó a leer ántes de voltear a ver a la enigmática mujer, quien, si trajera un arma en la mano, la hubiera aniquilado sin pensarlo dos veces.

Mientras Jeannie leía la escritura en el papel, Martha le hablaba:

- Mi marido se quitó la vida el sábado pasado. Ese papel que usted está leyendo fué su último deseo. El muy bastardo dejó preparado su testamento, y le dejó todas sus pertenencias a usted. Lo único que nos dejó A MÍ, SU ESPOSA y a SU FAMILIA sólo fué la casa en la que vivíamos, la cual tuvimos que vender para poder seguir viviendo.

Jeannie no daba crédito a lo que leía... sólo balbuceó:

- Esto no puede ser posible... ¡¡¡yo sólo lo atendía cuando venía a tomarse sus tragos!!! jamás hice nada más por él. No nos conocíamos mucho, sólo teníamos una relación amistad/trabajo... él era mi cliente, ¡¡¡sólo eso!!!

- Pues eso tendrá que declararlo en la corte -dijo Martha terminando drásticamente con la conversación. Acto seguido se levantó y se fué, dejando un sobre en la barra-.

El juicio tardó meses. Para Jeannie fué muy difícil demostrar la relación que llevaba con Malcom, que no pasó de ser lo que era.

A Martha le costó lo poco que le quedaba de la venta de la casa perder el juicio. Terminó siendo maestra en una escuela primaria, para lo cual tuvo que retomar sus estudios. Caesar murió de una sobredosis poco después de la muerte de su padre, Belinda terminó como mesera en un restaurante en la 5th Avenue y de Donna nadie jamás supo nada... ella ni se enteró de la muerte de Malcom.

Jeannie se quedó con los $45 millones de dólares que Malcom le había heredado, los cuales utilizó para construir casas para asistencia a desvalidos y ser feliz al lado de su hija.

En algún lugar del cielo, Malcom miraba orgullosamente cómo Jeannie se conviritó en lo que él esperaba, una mujer de las que tanto necesitaba el planeta. Tomó la decisión correcta, y sabía que ella, muy dentro de su ser, lo recordaría siempre como aquel hombre de buen corazón que la sociedad había transformado en un desperdicio, al que ella había rescatado.

 

Documento originalmente publicado en whitepuma.net en nov 15, 1999.

Nadie ha calificado esta entrada.
¡Califícala ahora!
Resultados: 0 puntos • Promedio: 0.000