Una historia sin final

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Un caballero de brillante armadura cabalgaba sobre su blanco corcel. Estaba un poco fatigado, pues en el trayecto de su camino hacia un lugar al que debía ir, pero no sabía donde estaba, había hecho el bien innumerables ocasiones.

Varios pueblos había visitado, pueblos de todos tipos. Algunos sumidos en la miseria total; otros, espectrales sitios llenos de muertos vivientes, desgraciados enfermos, moribundos, pestilentes; otros, prósperos, llenos de riquezas y placeres; otros, llenos de magia, misticismo y sabios habitantes; otros, llenos de fanáticos religiosos que se sacrificaban unos a otros para calmar la ira de sus dioses, dioes que ellos mismos habían inventado; otros, pueblos llenos de avaricia, maldad, engaño y obsesión; otros, llenos de paz, amor, armonía, belleza; otros, llenos de vicios, lujuria, falsedad.

Cada pueblo era único, tenía sus propios atributos... atributos que formaban parte de su ser en mayor o menor escala. Tal parecía que el destino lo había hecho vivir miles de experiencias a lo largo de su camino, para que aprendiese todo lo que existe en este mundo, y que le ayudaría a lograr la perfección de su alma al acercarse los últimos días de su vida, vida que había dedicado al servicio de su rey, de su pueblo y de su dios.

Su espada colgaba a su costado, limpia y brillante, aunque impregnada de la sangre de aquellos malnacidos que habían muerto en su hierro.

Todas las experiencias pasadas revoloteaban en la mente del caballero, haciéndolo sentir una mezcla de fugaces sensaciones. Alegría, amor, tristeza, odio... los rostros estaban fijos en su memoria, y nada los borraría.

Al salir del bosque lleno de verdes, hermosos e imponentes árboles, se encontró de pronto con una vasta llanura... flores de cientos de formas, tamaños, colores y aromas danzaban suavemente con el fresco viento que revolvía la cabellera del jinete y el pelaje de su corcel.

A lo lejos, alcanzó notar tres luces que caminaban con un rumbo fijo. Sintió curiosidad por saber que eran, puesto que dos de ellas iban al nivel del suelo; la otra, flotaba por encima de éstas; y sobre las tres, un rayo de luz proveniente del cielo que las iluminaba... parecían ser tres ángeles, pero no se les veía forma definida debido a la distancia.

Se dijo a sí mismo "Ya les daré alcance más tarde. Ahora debo descansar." y emprendió camino hacia un pequeño riachuelo que corría algunos kilómetros a su izquierda. Al llegar, notó como colgaban algunas frutas de las ramas de los árboles que crecían a las orillas del arroyo. Cortó algunas y se alimentó acompañado de su amigo, el único que tenía, el único en el que confiaba, y el único que lo quería.

Ambos descansaban sobre la fresca hierba, satisfecho su apetito y saciada su sed con las limpias aguas que corrían sin cesar. El caballero soñaba plácidamente cómo algunas ninfas jugueteaban desnudas en las aguas del arrollo y corrían, danzaban a su alrededor, haciéndole reir y sentirse feliz y seguro.

De repente sintió cómo algunas gotas de agua mojaron su rostro. Al abrir sus ojos, notó que una ligera lluvia caía sobre todo el terreno. Se incorporó para recibir el bautizo natural de su dios y agradeció por toda la felicidad que había obtenido a lo largo de sus días de existencia. La llovizna cesó y dio paso a la lus del sol, que hacía brillar la dorada armadura de tal manera que pareciese otro pequeño sol... un hijo del astro rey, dador de vida. El aroma de las hierbas se dejó percibir, y el caballero lo aspiraba, se impregnaba por dentro y por fuera de la fresca y sutil fragancia.

Montó sobre su corcel. Debía seguir su camino, y emprendió el galope de nuevo hacia el norte. Las luces que había visto seguían caminando en la misma dirección que él llevaba, pero ahora estaban más distantes.

Sus ojos se llenaron de asombro cuando notó que las luces se detuvieron un momento... las que estaban sobre el suelo se separaron corriendo en caminos contrarios, formando una línea recta hacia los lados mientras la que flotaba en el aire subía en línea recta algunos metros, hasta que las tres se detuvieron formando un triángulo perfecto. Una cortina de oscuridad cubrió el triángulo formado por las luces, y las dos sobre el suelo corrieron a encontrarse de nuevo mientras la otra descendía sobre ellas. Una vez reunidas, se adentraron en ese portal que raramente habían habierto, perdiéndose de la vista del caballero, el cual no podía comprender qué había pasado.

Siguió su camino acercándose cada vez más al triángulo, que era más grande de lo que parecía. Sentía cierto temor, pues era algo que jamás había visto. Quería indagar de que se trataba, y no dudó ni un momento en seguir caminando. Su corcel no se había inmutado, y fielmente obedecía su orden de no detenerse. Una vez que se encontró a algunos metros del triángulo, volteó su mirada hacia los costados, notando que las dimensiones de esa negra formación eran impresionantes.

Miró hacia atrás, llenando su vista con la belleza del campo. Bajó de su corcel y se arrodilló, dando gracias a la naturaleza por acogerlo; se reclinó, besó el suelo y se incorporó. Abrazó a su caballo y se susurró a la oreja:

El caballo relinchó asintiendo. El caballero levantó sus manos hacia el sol, recibiendo toda su energía e impregnándola en su piel, la cual brillaba con una luz blanca, cálida.

Tomó su casco y lo colocó cubriendo su cabeza. Se aseguró de que su espada estuviera a la mano, y se perdió en la oscuridad del triángulo, el cual desapareció una vez que él penetró en su interior.

Sobre las aguas del riachuelo, unas pequeñas lucecillas revoloteaban alegremente. Crecieron hasta alcanzar el tamaño y la forma de bellas ninfas, las cuales se transformaron de entidades brillantes a hermosas mujeres al colocar sus pies sobre la tierra. Todas se arrodillaron alrededor del lugar donde se había recostado el caballero y oraron por él. Una vez terminada su oración besaron el suelo, bendiciéndolo. Plantaron una semilla, regaron la tierra con agua fresca y corrieron hacia el campo, que lucía más hermoso con sus presencias.

Con el tiempo, la semilla creció, convirtiéndose en una pequeña planta, después en un jóven arbusto, en un frondoso árbol, en un majestuoso roble. Las ninfas lo cuidaban, lo consentían jugaban, danzaban a su alrededor, a la vez que él les protegía.

Un punto ciego.

Una fracción de segundo.

Un destello de luz.

Del otro lado, en la línea en donde la luz termina y la oscuridad comienza, creada por las tres divinas luces, el tiempo no había transcurrido.

El caballero abrió sus ojos y miró a su alrededor... ese destello de luz lo había aturdido, se sentía medio mareado... sentía que el tiempo había pasado a su espalda, pero en realidad sólo fueron segundos... como si hubiese soñado.

Y es que... ¿acaso su vida había sido un sueño? fué lo único que pensó... y se dijo a sí mismo, resignado, encomendándose a su destino:

"La pesadilla ha comenzado".

Documento originalmente publicado en whitepuma.net en nov 15, 1998.

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