Cita con la muerte II: La historia de Francisco

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Francisco siempre fué un paria. De joven siempre convivió con la escoria de los barrios bajos de la ciudad, en pandillas, asaltando… violando… golpeando… drogándose.

Conforme el tiempo pasó, el niño rebelde se convirtió en puberto indeseado robando estéreos y accesorios de autos. La adolescencia le trajo como obsequio el valor para robar bancos, y la madurez lo convirtió en todo un tratante de blancas, enseñándole a nadar como pez en el agua en los antros de mala muerte de la ciudad… hasta que una bala en la columna vertebral detuvo su frenética y violenta carrera.

Hoy en día, Francisco conduce un taxi, el cual utiliza para sobrevivir y para desfogar su frustración y presumir de sus hazañas con los clientes. Por algunas partes de la ciudad corren rumores aislados de un taxista al que le falta un tornillo… por otras, del taxista que te cuenta su vida y termina asaltándote… por otras, del taxista que te asusta diciéndote que te va a perdonar la vida porque le caíste bien.

Corría cerca de la media noche de un día cualquiera. Francisco conducía sobre la calzada de Tlalpan buscando un cliente. pero no era un día cualquiera: hoy Francisco había tenido una fuerte discusión con su mujer, la cual terminó dejándolo pues estaba cansada de atender a un minusválido y se había ido con otro hombre. La vida le había atestado a Francisco otro golpe, y estaba dispuesto a desquitarse con la primer persona que se atravesara en su camino.

A la altura del Viaducto, un joven delgado le hizo la parada. Francisco, ni tardo ni perezoso, se detuvo. El joven subió al carro, cerró la puerta y Francisco le preguntó “¿a donde lo llevo?”. El joven respondió “a espaldas del estadio Azteca.”. Por la mente de Francisco pasó un fugaz pensamiento. “Perfecto… ahí está oscuro y hay poca vigilancia… lo podré asaltar sin problemas y desquitarme de lo que me hizo esa cabrona.”

De inmediato, abrió la boca y dijo “le cobro 100 pesos hasta allá“. El joven, inmutado, contestó “está bien, vamos”. La tarifa era extremadamente elevada, lo cual extrañó a Francisco, pero… ademas de flaco y con apariencia de pelele, el joven traía dinero… “mejor aún” pensó, y hundió el acelerador.

Pasaron algunos minutos en silencio y Francisco lo rompió drásticamente.

Que cabrona es la vida ¿no? hoy me dejó mi esposa por otro guey porque soy minusválido.

A veces recibimos lo que merecemos.” -replicó el joven- “Lo que hacemos en el pasado se refleja en el presente, y no podemos escapar del destino. Es una regla de la vida“.

Sorprendido, Francisco reclamó:

Pero si yo nunca le hice nada…

A ELLA. -interrumpió el joven- “A ella no le hiciste nada malo, pero… ¿que tal aquél joven al que apuñalaste por la espalda porque no te quiso dar su dinero? y su novia, a la cual violaste y después golpeaste hasta que perdió el conocimiento… ¿sabías que murió a las pocas horas en el hospital? ¿Y que me dices de la prostituta que mataste porque ‘te era infiel’ con un cliente? ¿Y aquella mujer embarazada que subió a tu taxi y que asaltaste? el susto le ocasionó una taquicardia, y perdió a su bebé antes de morir en el quirófano. ¿Quieres que siga?

Francisco se quedó mudo… los recuerdos golpeaban su mente con una vividez aterradora. La adrenalina comenzó a recorrer sus venas con una mezcla de pánico y coraje. ¿Cómo un desconocido sabía tantas cosas? ¿Quién era él? Miró a sus pies y la escuadra calibre 45 estaba ahí, lista para ser usada.

Mientras pasaba frente al estadio, amenazó:

Un bastardo me dio un balazo por la espalda, dejándome inmovil de la cintura para abajo. He peleado para vivir estos últimos 10 años de mi vida. He pasado hambre, angustia, he tenido miedo, frustración y coraje, y para acabar, en una pinche silla de ruedas. He tenido que partirme la madre en este pinche taxi para paralíticos. Mi vieja me deja y el mismo día ¿un estúpido viene a decirme que todavía no he pagado mis pecados?

Todas las lámparas de la calle alumbraban a medias, y no se veía un alma sobre las calles. Eran alrededor de las 12:30 am. Francisco, hecho una furia, viró en la primera calle oscura que se encontró y estaacionó el auto. En un rápido movimiento, apagó el carro, empuñó la pistola y apuntó al joven entre las cejas.

No se quien putas seas, de donde vengas o quien te mande, pero hasta aquí llegaste hoy” y jaló del gatillo.

La bala entró por la frente del joven, haciendo un gran hoyo al salir por la nuca. El cristal trasero del VolksWagen se rompió, la bala desvió su curso y terminó impactándose sobre un transformador de energía en lo alto de un poste, ocasionando un apagón.

La cabeza del joven, al recibir el impacto, se recargó hacia atras quedando posada sobre la tapa del compartimento trasero del sedán. Francisco vio como perdía la vida, enfurecido.

Su espalda se erizó, su piel se tornó pálida cual hoja de papel, sus ojos casi se salían de sus órbitas, sus pupilas se dilataron exageradamente y su quijada casi llega al suelo. Y es que lo que veía no podía causar otra reacción.

El joven levantó la cabeza. De la herida de la bala no salía una gota de sangre… sino una luz.. Una voz espectral salida de su garganta señaló:

Tu eres aquél que ha deshecho sueños, ha cegado vidas, ha aniquilado ilusiones, ha robado la felicidad y ha roto el equilibrio de muchas almas incocentes. Tus pecados ascienden a un nivel que ni el mismo dios puede redimir.

Siempre has pensado que eres el demonio encarnado. ¡¡¡ JA !!! pobre estúpido… no has sido más que una triste marioneta que no merece ni sufrir en el infierno.

Yo soy aquel que ha venido a este mundo a tomar almas como la tuya que han rebasado los límites de la maldad humana, y que en castigo deben pagar por los pecados de toda la humanidad. Me perteneces“.

La luz en la frente del joven se hizo más brillante, alumbrando potentemente a varios metros alrededor del auto. Un desgarrador grito salió de la garganta de Francisco. La luz fue disminuyendo, haciendo desaparecer el impacto de la bala en el transformador de luz y reuniendo los pedazos del cristal roto, dejándolo intacto, desapareciendo para dar paso a la oscuridad y el silencio.

Las luces de la calle se encendieron y la noche siguió su marcha.

Un día cualquiera, una grúa recogió un taxi abandonado que los vecinos de una calle aledaña al estadio Azteca habían reportado. Pasaron los días y nadie reclamó el vehículo en el depósito de autos de la delegación, el cual, meses después, fué obsequiado a un agente modelo de la Dirección General de Tránsito.

En una colonia aledaña al estadio Azteca, se rumora una leyenda, la leyenda de un pobre diablo que todas las noches, alrededor de las doce y media de la madrugada, corre desesperadamente pidiendo ayuda, gritando que alguien lo persigue y pidiendo perdón a dios por sus pecados, hasta que, segundos después, da un lastímero grito con el último aliento, regresando la calma y el sepulcral silencio de la noche.

Documento originalmente publicado en whitepuma.net en nov 10, 1998.

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