El día en que Katty nació

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El día en que Katty nació fue un día muy extraño, en vez de risas y alegría había lágrimas de tristeza…

El día en que Katty nació no fue feliz, pero tampoco un día cualquiera.

Su madre era delgada y algo demacrada, con una pañoleta en la cabeza cubriendo su cuero desnudo, tenía manchas en la piel que revelaban su condena y un gesto de amargura al ver a la criatura que traía en los brazos.

Su padre… había desaparecido, unos decían que se suicidó para evitar sufrir más tiempo, otros que simplemente huyó fuera del país… en fin, no se supo nada de él…

El día en que Katty nació, no hubo caricias en su piel, no hubo palabras que entendería con sólo el aliento… sólo hubo esa sensación de aire entrando y saliendo de su cuerpo y un latido que no podía controlar… aún así, trataba de sonreír al sentir esos brazos que la cargaban, aunque esos labios no le hablaban y aunque sólo sintiera de aquellos ojos que la miraban, el agua de sal cayendo en su cara…

Sin embargo, esa humedad cesó después… después de que oía lamentos que no entendía, gritos de dolor de su madre… la que perdió tiempo después.

Así pues, Katty fue enviada a un hospital especial, donde fue creciendo.

Katty ya habla y camina, mira la ventana observando el paisaje que había detrás de la pared y deseando con toda el alma poder salir a jugar con los demás niños, poder correr más de tres metros… quería algo mucho más valioso que una muñeca.

Katty crecía más y sentía cómo sus huesos se enterraban en su cuerpo sin dejarla mover, se quejaba de los dolores que le daban y le contaba a la enfermera como le “dolía la pancita”, y lloraba al ver que, por miedo o tal vez demasiada lástima, ella no le hacía caso… así pues, vivió con las ganas de volver a levantarse de su cama, quitarse las agujas de los brazos… viendo cómo cada tarde se le hacía la tarde más obscura…

Pero una noche encontró una luz escondida en su almohada, se sonreía por las noches y se alentaba en las mañanas, soñando que un día llegara una persona por esa puerta y le dijera que vaya con ella, que era hora de salir, y la quisiera mucho y nunca más volver a ver ese lugar… así la meta de todos sus días era esperar el anochecer y volver a soñar frente a esa luna que le daba ánimos…

Esa luz apareció cuando una de las enfermeras le contó que había una campaña que regalaba sillas de ruedas y que tal vez un día le darían una, tal vez algo “cambiaría”… así, Katty se hizo ilusiones pensando que aquella silla significaría cariño y la salida… pensó que afuera sí habría gente que la abrazara y le dijera cuánto la quería, sin estar tan ocupada como las enfermeras, ni tan deprimido como su padre ni tan enferma como su madre…

Cada noche fabricaba una historia diferente en su cabeza haciendo tan cálido su sueño y tan pequeño su dolor…

Un día Katty dormía y la voz de una muchacha la despertó: “Katty, Katty, ¡mira quien ha llegado!” Katty abrió los ojos y levantó con trabajos su cabecita, vio a un señor de traje y una señora vestida de blanco con placas, tenían una silla de ruedas y una gran sonrisa…

Katty sintió un golpe en el corazón, como una energía que mataba sus quejas y hacía nacer una alegría indescriptible… Katty sólo sonrió con la mirada fija en aquella silla y no se volvió a mover…

Katty murió con la alegría reflejada en sus ojos y un corazón que se sintió el más dichoso del mundo… un corazón que sólo vivió 9 años, pero vivió…

El día en que Katty nació, no fue un día cualquiera, fue el día en que nació una estrella que en ningún momento dejó de brillar…

Una historia pequeña para un gran personaje, que nos enseña que el ganador es el que estando en la “miseria” sabe ser feliz y no aquel que entre riqueza nunca podrá sonreír.

Tomemos una flor, pongámosla en nuestro corazón, vean que lo tienen todo para ser felices, aunque sea en instantes… sólo búsquenlo, pueden verlo en un crucifijo, o en el cielo, en una almohada, en un zapato, donde sea, pero en realidad está en ustedes, ya sea solos o en compañía, en la penumbra o en la cima… siempre tendrán aquella luz que los haga brillar como las estrellas que son.

Vamos, sequemos nuestras lágrimas que hay tantas alegrías y poco tiempo, podemos morir el día de mañana, pero valdrá la pena si sonreímos sinceramente hasta el último momento.

NOTA: Esta historia no fue un hecho real, sólo me dio por escribirla…

 

 

 

Publicación original: whitepuma.net - Julio 7, 2004

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